Sol. Lavanda. Agua.
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Desde pequeña le había gustado estar rodeada de la naturaleza. Pasar dentro de casa el menor tiempo posible. Salir, darle los buenos días al sol y pasear con la larga yerba del campo rozándole los tobillos e impregnándole del fresco rocío de la mañana. Había un sitio en particular que le gustaba más que nada en el mundo, su lugar especial; un pequeño lago rodeado de árboles, flores y libélulas de colores. Si podía, iba allí todos los días, aunque fuese un ratito antes de la cena o la comida. Cada día recorría el mismo camino que la dirigía hacia el lago, había otro más corto, pero a ella le gustaba cruzar los morados y aromados campos de lavanda; su flor favorita. Se llevaba su cesta al hombro para recolectar las mejores flores y después llevarlas a casa, lo que hacia que a parte de ella, su casa, también oliese a lavanda. Había días que antes de llegar al lago, se tumbaba sobre las flores y se rebozaba en sus olores, dando vueltas y riéndole a la vida, bajo ese sol radiante que la iluminaba. Eso sí, los días que llovía, era días apagados, se quedaba en casa, pegada a la ventana esperando que esa triste nube se fuese a otro sitio del mundo a llorar.
Un día que el agua del lago estaba más cristalina que nunca la niña se puso de rodillas y se inclinó a mirar si veía algún sapo nadando y lo que vio en realidad, le hizo dar un salto hacia atrás. Volvió a acercarse para comprobar que lo que había visto había sido real y no estaba soñando. Lo hizo despacio y cuando se acercó volvió a ver aun con más claridad a una niña que le miraba desde dentro del agua. Una bonita niña con flores de lavanda decorando su bello cabello.
- Hola – le dijo la niña del lago.
- Hola- le respondió ella algo titubeante
Y desde ese momento, se creó una amistad irrompible. La niña del lago salió del agua y se sentó en la orilla. Hablaron durante horas, rieron e intercambiaron opiniones. Se dieron cuenta, de que tenían infinidad de cosas en común.
- ¿Quieres venir a mi casa a cenar? – le preguntó la niña cuando se dio cuenta de que la hora de la cena se le había echado encima.
- No hoy no, pero no te preocupes, un día iré y así conoceré a tu familia. – le respondió la niña del lago con medio cuerpo ya metido dentro en el agua.
- Vale, les caerás genial, hoy les voy a contar todo sobre ti. Conocerás a mi madre, mi padre, mi abuela y mi ratón roedor. – le dijo entusiasmada – bueno, me voy, que como llegue muy tarde se van a preocupar.
Se despidieron con un hasta mañana, pues ya habían quedado para el día siguiente a la misma hora. Cuando ya se estaba alejando la niña se dio la vuelta.
- ¿Cómo te llamas? – le grito.
- ¡Lavanda! – le respondió. Cosa que a la niña no le sorprendió.
Cuando llegó a su casa le contó a su familia todo lo que le había pasado y les dijo que su amiga, pronto vendría a casa a cenar o merendar y así la podrían conocer y les caerá genial.
Cada momento que podían las dos niñas se veían hasta que llego el día en que no se separaban para nada. Prácticamente vivían juntas. Los padres al principio se interesaron en la nueva amiga de su hija, pues no solía tener muchos amigos que jugasen con ella. Le hacían preguntas sobre ella y le siguieron el juego durante mucho tiempo, pero a medida que los años iban pasando, se iban preocupando cada vez más. En el colegio pasó mas o menos lo mismo, según fue creciendo los niños de su clase se reían de ella y le decían que no tenia ya edad para tener un amigo invisible. Con lo que ella se enfadaba mucho pues sabía que su amiga podía ser todo menos invisible. Un día estaba tan cabreada que acabó pegando a un niño que se reía de ella y le decía que era una niña rara y que como nadie quería jugar con ella se tenia que inventar amigos imaginarios. Sus padres tuvieron que ir al colegio a hablar con su profesor y la directora. En el colegio les recomendaron que tal vez podría tener alguna sesión con la psicóloga de la escuela que le ayudase a pasar por esa fase infantil en el que nos imaginamos seres que nos acompañan. Y también les prometieron que hablarían con los niños de la clase para que la dejasen en paz y que entendiesen que cada uno podría creer en lo que quisiera.
Ese día sus padre no le dijeron nada sobre la idea de intentar olvidar a Lavanda o probar a ir al Psicólogo. Ya la vieron sentirse suficientemente mal por haber pegado a ese niño burlón. Aunque por otra parte pensaban que se lo merecía ya que nunca le dejaba en paz. Esa tarde estuvo muy callada durante la comida, y por la tarde se fue al lago, por su camino de siempre, esta vez, sin recolectar flores, ni tirarse un rato sobre el campo de lavanda a mirar el cielo azul. Fue directa al pequeño lago mientras discretas lágrimas salían de sus ojos y se precipitaban por sus mejillas. Su mejor amiga, también lloraba, igual que ella. Habían decidido idear un plan para que el mundo les dejase un paz.
Esa tarde, decidieron que a partir de ese momento, le diría a la gente que se había dado cuenta que su amiga era imaginaria y que nadie a parte de ella la podía ver; aunque en realidad no pensase nada de eso y supiese que su amiga era de carne y hueso. Decidieron que a menos que estuviesen solas, no se hablarían la una a la otra. Y en vez de ir al colegio, Lavanda se quedaría en su lago, esperándola, como hicieron aquellos primeros y lejanos días en los que se estaban conociendo.
Al llegar a casa se sentó a hablar con sus padres. Pues creía que ellos también debían formar parte de esa mentira planeada para que al menos se dejasen de preocupar por ella. Los padres la observaban asombrados; no imaginaban que tras el incidente en el colegio su hija fuese a abrir los ojos y ver la realidad. Por lo que decidieron olvidarse del psicólogo por el momento.
Y así fueron pasando los meses. Los niños del colegio al no verla hablar mas sola, y tras la conversación que había tenido el profesor con ellos; la dejaron en paz. Incluso de vez en cuando intercambiaban alguna palabra con ella. La niña por otro lado, se enorgullecía de que su plan estuviese dando resultado. Se sentía triste por que los demás no quisieran ser amigos de Lavanda e hiciesen como si ni la viesen. Pero por otro lado se alegraba de que ahora fuese ella también la que pasase desapercibida y pudiese disfrutar tranquila de la amistad de su mejor amiga.
Justo antes de acabar el curso, una nueva niña llegó al colegio y al pueblo donde vivían. Se mudaban desde la gran ciudad. Era muy tímida y le daba algo de miedo eso de entrar en un colegio nuevo. Dio la coincidencia que el primer día que entró en clase, el compañero que se solía sentar al lado de la niña no había ido al cole por lo que el profesor le sugirió a la nueva que ocupase ese sitio por el momento. Ambas se presentaron y se tiraron toda la clase hablando en susurros. Por primera vez desde que había entrado en el colegio, la niña, tenía una amiga.
Ese día al llegar al lago la niña le contó muy emocionada a Lavanda, todo sobre su nueva amiga. Y ella le pidió conocerla pero la niña le dijo que no creía que fuese buena idea porque era arriesgar ese plan que tan bien había estado funcionando durante todos esos meses. Y por primera vez desde que se conocían, discutieron y se enfadaron. Aunque al rato se les pasó.
- No te preocupes, que aunque tenga una nueva amiga, nunca me voy a olvidar de ti. Y como siempre, cada día, vendré a verte. Y los fines de semana te vendrás a escondidas a mi casa. – le dijo a Lavanda antes de irse.
El tiempo siguió su curso, y es verdad que nunca se olvidó de Lavanda, pues siempre que podía iba a visitarla; pero esas visitas se fueron distanciando cada vez más en el tiempo. Ambas fueron creciendo. Lavanda seguía tan bella como siempre, viviendo en su lago. Y ella tan bella como Lavanda, seguía con su vida hacia delante. Pronto se iría del pueblo a la gran ciudad para poder estudiar en la Universidad. Y esa nueva amiga que ya llevaba tantos años a su lado, se iría con ella, pues daba la casualidad de que ambas querían estudiar lo mismo.
El día de la despedida fue doloroso. Pero ella le prometió a Lavanda que cada vez que volviese al pueblo a ver su familia, iría a visitarla a ella también. Se dieron un último abrazo y Lavanda le dio una de sus flores de lavanda del pelo para que se la pusiera.
- ¿Es que nunca vas a dejar de traer el pelo lleno de lavandas? – le dijo su madre cuando llegó a casa.
Y al tocarse el pelo, notó que no sólo tenia una flor en el pelo, sino que lo tenía lleno. Debía ser de cuando había estado tumbada en el campo de lavandas. Se acercó al espejo y se miró. Lo tenia justo igual que como se lo había visto a su amiga del lago ese día. Y en ese momento se preguntó “¿Acaso Lavanda es un reflejo de mi misma?” Pero esa fugaz idea se la quitó rápidamente de la cabeza “Qué tontería, Lavanda es tan real como la vida misma.” Y sin más ella, continuó con los preparativos de su nueva vida.
Eso si, por muchos años que pasasen, siempre que volvía al pueblo y hacia sol recorría ese camino por el campo de lavandas hasta llegar al lago de agua cristalina para saludar a su mejor amiga.